
El camino a la purificación egpcia: El Sacerdocio.
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Para dar cuenta de las relaciones de poder que caracterizaban a la antigua civilización egipcia se tomará como puerta de entrada las dinámicas de sacerdocio propias de esta cultura teocrática. Cabe aclarar ciertos desafíos en materia historiográfica que resaltan académicos y estudiosos de esta antigua civilización. Al igual que en el estudio de múltiples sociedades antiguas, el Antiguo Egipto , o los Antiguos Egiptos se han estudiado abundantemente bajo fuentes autobiográficas, las cuales permiten al investigador aproximarse a la visión de mundo y presunciones morales de un período histórico más que a ciertos hechos o acontecimientos propios de aquel que escribe el texto. Por tanto, quien se aproxime a dichas fuentes debe ejercer en ellas un tratamiento claro que reconozca la posible idealización que tiene el personaje frente a su realidad descrita.
Ahora bien, luego de haber incurrido en esta aclaración a continuación se darán ciertas luces sobre cómo funcionaba el sacerdocio alrededor del 3000 a.C. A grandes rasgos, el sacerdocio para la época, era una actividad ejercida desde un cuerpo reconocido por su grado de jerarquía. En la cabeza se contaba con un sumo sacerdote y hasta cierto punto autónoma, pues ella misma se regía bajo sus cánones y normas. Además, cada sacerdote desempeñaba su labor religiosa hacia un dios y el lugar en el que se manifestada dicha fe era un templo particular. Por tanto, en el Antiguo Egipto se debe optar por hablar de sacerdocios, ya que administrativamente e ideológicamente en dinámicas y culto había una gran diversidad. Es importante hacer esta salvedad pues es necesario evitar los errores anacrónicos en este tipo de interpretaciones ya que frecuentemente se ha caído en el error de semejar la multiplicidad de burocracias administrativas y religiosas con paralelos modernos de Iglesias o Estados nacionales, pues no había tal categoría para la época descrita.
Continuando con el argumento, las divinidades y dioses del Antiguo Egipto no poseían una jerarquía u organización clara y coherente. Perginotti ( 1990- 155) nos relata que la religión egipcia se podría describir como politeísta pues resultaba de la suma de religiones y divinidades, al igual que familias, descendencia o fidelidades. Así, dada las múltiples divinidades y un particular templo para las mismas, había múltiples sacerdocios y una independencia de cada uno. En la cúspide de la organización jerárquica se encontraba el “ministro de los profetas” que acogía roles directivos dentro del organismo. Estos constituían los profetas. Luego se encontraban los “padres de dios” quienes según ciertas hipótesis acogían un rol en el templo durante la celebración del culto mientras el “ministro” no estaba. Siguiendo, existían los sacerdotes de rango inferior quienes realizaban y asistían en los rituales de purificación. Cabe agregar que este clero era desempeñado por hombres pues las mujeres o sacerdotisa en exclusiva la esposa del rey.
A pesar de haber una variedad amplia de dioses y distintos cultos, se pueden destacar algunos momentos de divinidades pan egipcias que fueron ocasionados por leves “correcciones” del sistema de significados sincretistas (Periginotti, 1996, 154) y por motivaciones políticas. Meramente, desde la dimensión dogmática, el soberano era considerado como una “divinidad a la que estaba confiada pro tempore la tarea de gobernar Egipto y destinada después de la muerte (…) y [se convertiría] en un estrella imperecedera y seguiría su destino astral (Perginotti, 1990,156). En sentido estricto era el soberano el sumo sacerdote en el recaía el delicado trabajo de desempeñar la tarea de preservar las relaciones entre dioses y la protección de Egipto. En este caso, el faraón se erigía como reencarnación de la divinidad, y era por tanto portador de la comunicación y el conocimiento directo de las divinidades. La mitología del dios egipcio Osiris funcionaba como justificación de la monarquía divina; después de su muerte en el rio Nilo, en la ciudad de Menfis, una parte Osiris se había unido al dios-sol (a un ámbito divino) y otra al dios tierra (a la parte terrenal que reencarnaba).
La constitución de un estado teocrático implicaba que ambos, tanto el sacerdote como el faraón, contenían el poder divino y el poder político. Por esta razón, muchos investigadores han enfocado las relaciones de estos poderes como conflictivos y a la vez dependientes el uno del otro. En muchas ocasiones la necesidad de los faraones de consolidar y unificar el estado egipcio los llevaba a imponer un culto preponderante a una deidad especifica (a pesar de que podían seguir existiendo los distintos cultos); se conformaba una ambigüedad entre un pre-monoteísmo en una religión politeísta. El caso más significativo de este ejemplo, es el faraón Ajenatón, el décimo faraón de la XVII dinastía (1353-1336 a.C); tuvo conflictos con los sacerdotes de Amón de Tebas, puesto que quería rendir culto a otro dios conocido como Atón (cuestión que se vio reflejada durante las celebraciones de las festividades de Sed) (Frankfort, 104). De igual forma, el dios Horus sirvió como elemento unificador de Egipto al ser proclamado rey del bajo y alto Egipto en el libro de la Teología Menfita del siglo VIII a.C (Trigger et al, 1985 99).
Por otra parte, hay que entender estos conflictos más allá de meras oposiciones de cultos; estos simbolizaban en buena parte las influencias y los poderíos de los sacerdotes y las provincias. Los sacerdotes, tenían como función sacramental aconsejar al rey en la toma de sus decisiones (cuando ostentaba el título de sacerdotes-oráculos), y a su vez, le otorgaban legitimidad a su mandato. Esto se podía observar en el rol que ejercía el sacerdote en las festividades de jubileo, y las festividades de Sed que reafirmaban la legitimidad de los mandatarios. En la “Casa de vida”, lugar sacramental, se redactaba el documento que contenía los títulos que iban a ser entregados al nuevo faraón en el acto de jubileo (Frankfort, 127). En la celebración, además, el sacerdote actuaba como representación del faraón; en la coronación de Hatsepsut (1490-1468 a.C), el sacerdote Inmutef lo recibe y actúa en su nombre durante el acto (Frankfort, 1976, 130).
No obstante, algunos investigadores como Henry Breasted, afirman que a partir de la segunda mitad de la dinastía quinta, los sacerdotes tenían un poder político e institucional tan preponderante que colaboraban con la ascensión al trono de los faraones a cambio de beneficios. El ejemplo que el autor presenta es la coronación de Tutmosis III, la cual se considera fue dada en colaboración con los sacerdotes de Amón, y los cuales durante el reinado recibieron beneficios a cambio como forma de pago (Breasted, 1959, 363). Estos hechos, y a la vez los debates historiográficos que hay sobre ellos, permiten cuestionar la estabilidad política de Egipto, su unidad y el poco que se le suele otorgar a los sacerdocios egipcios en favor del poder central del faraón. Se podría considerar que como clase regente, cortesana y noble, los sacerdotes controlaban gran parte del poder en Egipto y mantenían estrechas relaciones con los faraones legitimando su poder.
De igual forma, algunos autores han optado por definir el poder del sacerdocio a partir de su influencia como gobernantes de provincias, más que por el cargo o título sacerdotal que podían ostentar. Esta corriente interpretativa del poder sacerdotal se basa en las fuentes que han arrojado luces sobre las pocas y difusas delimitaciones de los cargos y los títulos nobiliarios (Trigger et al, 1985, 143). El título de “Gran sacerdote” podía referirse generalmente a los nomarcas o su equivalente, en el bajo Egipto. El poder en las provincias giraba alrededor de los templos, pero estos a su vez, podían ser administrados por civiles que ostentaban gran poder político y económico, y que con frecuencia se adjudicaban el título de “Gran sacerdote”, sin nunca haber ejercido verdaderamente el cargo de sacerdocio (Trigger et al, 1985, 143). Además, estas grandes familias y los sacerdotes mismos, podían tener un gran poder provincial a tal punto que podían pertenecer y llegar a conformar las grandes dinastías faraónicas. Se cree que este es el origen de la dinastía XI de Manetón, conformada por siete faraones y cuyo posible ascenso al poder se dio gracias a su influencia como familia pudiente asociada al sacerdote Inyotef (Trigger et al, 1985, 143).
De esta forma, se podría problematizar: ¿cómo se trazaban las divisiones entre el quehacer religioso y la función real gubernamental? En sentido estricto, estas divisiones no existían pues el sacerdocio como la actividad civil constituían dos caras del mismo labor de Estado, Bien se podían presentar escenarios en los que el soberano le delegara a los templos o sacerdotes funciones organizativas puramente estatales, como la organización del fisco, las fundaciones piadosas, la supervisión de las construcciones, y la producción y la distribución agrícola. De esta forma, los cargos administrativos y civiles que desempeñaban el sacerdote hacían que el mismo no estuviera envuelto en una vida cotidiana distinta al de los habitantes egipcios. Solo dentro del templo, el sacerdote ejercía una labor especial y distinta a los habitantes corrientes de estos pueblos. Afuera del templo no hay registro que se desempeñaran acciones de vida, vivienda o vestimenta distintas, especiales o únicas.
El templo estaba reservado al personal sacerdotal cuando había cierta celebración como el sancta santorum luego de una purificación imperativa a la entrada del recinto. El templo representaba la casa de la imagen de un dios al que le ofrecían culto los sacerdotes en exclusiva (Pernogotti, 1990, 160). Dentro, de las funciones estrictamente sacerdotales que se ejercían dentro del templo estaba la categoría del sacerdote-lector, maestro de ceremonias. Durante la festividad de Sed, el sacerdote se encargaba de presidir el cortejo al faraón, recibir y a la vez otorgar las ofrendas, presentar el documento que se consideraba la “transferencia de propiedades”, y en términos generales actuar en la ceremonia como mediador del pacto entre el faraón y su pueblo (Frankfort, 109). También, cabe rescatar dentro de las funciones, el sacerdote encargado de vigilar que el faraón, y los civiles mantuvieran el maat (Justicia y orden divino) (Trigger et al, 1985, 113).








