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10 días para cuidar el cuerpo por la antigua Grecia
El culto y el entendimiento que se tiene en el mundo occidental del cuerpo, el alma y las labores de los géneros surgen de discusiones, pensamientos y creencias propias de la Antigua Grecia. En estas civilizaciones grandes filósofos concibieron al hombre y la mujer como sexos opuestos, llevando a que se formaran dualidades a la hora de concebirlos. Este dualismo social y simbólico, en últimas cultural, ha sido una de las cunas para las concepciones actuales de mujer, hombre, sexualidad, homosexualidad etc.
Es bien sabido que los griegos poseían un culto al cuerpo pero alrededor de este no existía un consenso sólido. Por ejemplo el Hedonismo de Aistippus (435-366 B.C) contemplaba que los placeres corporales eran superiores a los placeres mentales. En el extremo de este espectro se encontraba Epicuro (341-270 BC) quien argüía que los placeres del cuerpo jamás superaban a los de la razón. El cultivo de la mente lo llevarían a la felicidad, al bienestar del cuerpo. Entre estos se encontraban los Órficos, quienes creían que la vida debía consistir en el culto del cuerpo buscando la divinidad. Esto se lograba mediante la prohibición del consumo de carnes, vino y el acto sexual. Esta visión influenció a muchos pensadores posteriores como Sócrates y Platón quienes contemplaban al cuerpo como la cárcel del alma, como la tumba del alma, como el material que la hacía imperfecta e impotente. Así, el cuerpo y el alma estaban separados y eran opuestos. De ahí que Platón plateara desde su filosofía que el fin último de la reflexión humana era el medio para escapar de la prisión provenía del cuerpo. Por último Aristóteles fue quien, desde su perspectiva naturalista, le brindó un nuevo viraje a la concepción del cuerpo gracias a su rechazo inminente al dualismo entre cuerpo y ama. Para el alma y cuerpo no podían disociarse ni existir uno sin el otro. El alma era entonces el principio de la vida que tomaba una forma material en el cuerpo del ser. En esta medida, se ha dicho comúnmente que la base de la Grecia antigua era la sensualidad y el cuerpo, y no obstante, no estaba aislada de la ética, sino que era parte fundamental de esta. Como uno de los pilares de la vida griega los cuidados corporales se relacionaban con la construcción de los espacios, la diferenciación y la construcción de identidades, y las concepciones simbólicas del erotismo y de la belleza.
Los cuidados corporales requerían en gran medida la construcción de espacios específicos para estas labores; de esta forma, los espacios se marcaban y diferenciaban unos de otros. Por una parte, se establecían límites entre los lugares públicos y los lugares privados dedicados al cuidado corporal; las bañeras rectangulares de Olinto eran usadas para el baño individual en los hogares. Estas bañeras eran por lo general de poca profundidad, un sirviente ayudaba a la persona a bañarse. Aquellos baños extensos, profundos y de cuerpo entero eran mal vistos dentro de la sociedad griega (Flaceliere, 1994, 182). Es así como se destinaba un espacio especial y especifico en los hogares de los más pudientes para la higiene y el cuidado corporal.
La sustitución paulatina de los baños en espacios al aire libre por el baño privado (tanto individual como público) se dio a finales del siglo V a. C. Este cambio se dio en gran medida por las innovaciones tecnológicas de calefacción, conducción y desagüe de las aguas; anteriormente los ríos, los mares y las fuentes funcionaban como espacios de higiene y cuidado corporal (Flaceliere, 1994, 183). Con frecuencia las mujeres, después de lavar las ropas en estos lugares, se daban un baño; las fuentes más antiguas que datan estos hechos son las mujeres que sirvieron de inspiración para la Afrodita Anodiomena, cuya figura se encuentra bañando su cuerpo. Las festividades y ceremonias también podían propiciar este tipo de encuentros y hechos en los que mujeres y hombres se bañaban desnudos en lugares públicos como los ríos y las fuentes. Sin embargo, debido a la posible contaminación que podía implicar el baño en las fuentes, fue prohibido en el siglo IV de Pisistrato (Flaceliere, 182). Este uso de espacios para los cuidados corporales deja entrever la importancia del agua y su simbolismo para la cultura griega; signo de limpieza, purificación y renovación.
A partir del siglo V a. C se vuelven recurrentes los baños (o balnearios públicos) de Atenas. Su espacio se desarrollaba entorno a una piscina alrededor de una sala circular con partes planas o pequeños asientos donde los clientes podían disfrutar de los favores del agua. Estos espacios propiciaban dos actividades fundamentales; la sociabilidad y las relaciones económicas. Eran lugares donde los filósofos, retóricos, poetas y otros hombres de la sociedad griega se reunían a hablar de cuestiones sumamente importantes de la esfera pública e intelectual, mientras gozaban de los beneficios de los balnearios (Licht, 1975, 74). Además, estos espacios eran “negocios” donde el propietario o “maestro de baño” (balcineus) cobraba lo mínimo a sus clientes, vigilaba el lugar y controlaba sobre los demás empleados del baño público, que en recurridas ocasiones eran mano de obra esclava. De esta forma, el cuidado corporal movía sectores de la economía y el comercio; generaba formas de vida (Flaceliere, 1994, 184).
Además de estos espacios de sociabilidad, la higiene y los cuidados corporales fomentaban otros espacios de interacción. Era común que antes de la cena los individuos se dieran un baño, era un acto de buena educación, presentación y en algunos casos de preparación para atraer al otro o propiciar un encuentro erótico; esto se puede observar en algunos de los pasajes de Sócrates que serán discutidos posteriormente con mayor detenimiento. A su vez, el anfitrión de un hogar propone a su huésped como acto de cortesía y bienvenida un baño con agua caliente (aunque esto podía tener ciertas connotaciones negativas) y masajes con aceites proporcionadas por las mancebas (Licht, 1976, 81).
Los baños públicos también se podían encontrar en los gimnasios. Estos espacios, con un desarrollo preponderante en la antigua Grecia, eran bien mantenidos y tenían lugares marcados para las distintas actividades relacionadas con el cuerpo. Había una gran sala que tenía alrededor diferentes y gran variedad de columnas que conducían a cada uno de los salones; en la parte sur del gimnasio se encontraba el lugar de entrenamiento de los efebos (jóvenes que habían llegado a la mayoría de edad) o individuos independientes que recién su unían a la polis. Cercanos a estos espacios estaban los baños públicos ya mencionados que tenían a su vez pequeñas fuentes para limpiar el cuerpo antes de entrar a los balnearios. Se cree que en esta época ya se practicaba el deporte del nado por la piscina encontrada Delfos, cuyo diámetro y profundidad según el investigador Robert Flaceliere permitía el acto de nadar. A su vez, había espacios para practicar los diferentes deportes y ejercicios: correr, las palustras, torneos, etc. Los gimnasios permitían debates sobre sus funciones entre los filósofos de la Grecia antigua; Plutarco afirma que se prestaban para ser espacios de contemplación erótica (por la desnudez de los atletas, y en especial si había mujeres), mientras que Platón asegura que debían ser espacios no contemplativos sino que el individuo debía estar consagrado plenamente al ejercicio físico sin entretenerse (Licht, 1976, 78).
Los espacios específicos de cuidado corporal e higiene, como el gimnasio, han suscitado entre los investigadores discusiones en torno a la diferenciación y las limitaciones espaciales de género y clase. Se discute si era permitido o no el ingreso de las mujeres a los gimnasios; se cree que en Esparta sí era permitido su ingreso, pero que esta era un cuestión que dependía de cada polis. Igualmente, se cree que los baños públicos se dividían para hombres y mujeres; no por cuestiones de pudor, noción moderna del cuerpo, sino por dos razones fundamentales: la mujer estaba excluida de la esfera pública y por tanto no podía participar de las conversaciones que se daban en los baños públicos de los hombres, y a su vez se consideraba que las mujeres tomaban baños especiales. Los baños calientes eran considerados para las mujeres, y los hombres que los tomasen de veían públicamente como “afeminados” (Licht, 1976, 82). La fortaleza era símbolo de la “masculinidad”, el cuerpo que soportaba las inclemencias del tiempo y que evitaba volverse “flojo” era el apropiado para el hombre griego; por esta razón en Esparta aun en invierno se bañaban en el rio Eurates (Flaceliere, 1994, 81).
Al igual que los gimnasios eran espacios de exclusión para las mujeres, los torneos y olimpiadas les eran prohibidos no solo como participantes sino también como espectadoras. Existían algunas excepciones como la sacerdotisa de Demeter que tenía autorizado observarlas, en algunos lugares las mujeres solteras también podían ser espectadoras. No obstante, no era común; es interesante observar el caso de la madre de Pisirrido, quién emocionada por ver el triunfo de su hijo en el torneo, se camufló tomando el papel del entrenador. En medio de la celebración sus ropas se cayeron y ella quedó al descubierto; le perdonaron la vida por considerar su situación como un sentimiento maternal, pero desde entonces los entrenadores debían estar desnudos (Licht, 1976, 76). El cuerpo se convertía en un símbolo de identidad; se podría saber si era hombre o mujer a través del cuerpo, y más aún si estaba despojado de prendas. El cuerpo se construye como símbolo de identidad no solo por la diferenciación misma de la imagen, sino porque su cuidado implicaba practicas distintas entre los géneros, las clases y los lugares (las polis).
Como se mencionó anteriormente los hogares de los más pudientes tenían baños propios; la privacidad y el lujo del baño privado implicaba status y adquisición económica, diferenciaba de aquellas partes de la sociedad menos sobresalientes que debían asistir a los baños públicos. Incluso algunos investigadores han tomado frases de Platón para asegurar que los placeres y el lujo estaban destinados únicamente a las clases más elevadas de la sociedad griega, mientras que el trabajo y la fatiga eran las prácticas de las clases bajas. Esto sin embargo, puede ser discutido ya que siempre hay una distancia entre los preceptos o ideales filosóficos de una sociedad y la realidad de la misma. Es posible, y a su vez hay pruebas contundentes, de que las clases menos sobresalientes de la Grecia antigua disfrutaran de momentos de placer y descanso como lo eran los baños públicos, o los baños en los ríos, fuentes y cascadas.
Las profesiones y prácticas de belleza concernientes al cabello, el vello corporal, el maquillaje, tintes y otros elementos para modificar la imagen del cuerpo, también funcionaban para hacer diferenciaciones de género, clase y lugar. En primer lugar, la profesión del peluquero-barbero era manejada por hombres, y a diferencia de las concepciones modernas, tenía cierto prestigio. Igualmente, la preocupación por la estética y el cabello largo y refinado eran aceptables, e incluso apreciables y valorables, en los hombres; el ejemplo que se puede observar es la cabeza del caballero Paine-Rampin, hoy en el Louvre, cuyo cabello presenta un refinamiento valorable a partir de las simétricas y destacadas trenzas que lleva la figura. El cabello representaba en gran medida la “masculinidad”, por esta razón la navaja y la práctica de remover los vellos del cuerpo o la depilación eran actividades practicadas por las mujeres; aquellas que no lo hacían eran consideradas “como hombres o como querer intentar ser hombres”. Además del arreglo del cabello, también existían actividades como arreglos de las uñas de manos y pies en los hombres (Flaceliere, 1994, 185).
La forma del bigote, la barba y el cabello también permitía diferenciar entre las distintas clase sociales y cambiaban a su vez de acuerdo a las modas del momento. Por ejemplo, era usual que los esclavos y las mujeres viudas fueran rapados; y durante la época arcaica eran común la barba corta mientras que en el siglo de Pericles lo habitual era dejarla hasta las mejillas en forma circulares (Flaceliere, 1994, 187). Los cuidados corporales y de higiene en la antigua Grecia también dejan entrever que esta no era una unidad política y cultural; había diferencia de prácticas entre cada polis, y se distinguían por estar conformes a las concepciones simbólicas del cabello, la adultez y la infancia. Así, se puede encontrar que en Atenas los niños usaban el cabello largo hasta que llegaban a la edad adulta donde ofrecían sus cabellos a los dioses cortándoselos. En contraste, en Esparta los niños tenían el cabello corto y solo hasta la edad adulta se les era permitido mantenerlo largo o semilargo (Flaceliere, 1994, 186).
El cuerpo es de esta manera construye una identidad a través de la diferenciación de la imagen y de las practicas; esto tenía implicaciones a un nivel mucho más amplio porque permitía la identificación de todos los griegos hacia una ideología especifica del cuerpo. Su culto y su perfección era el símbolo de su poder como cultura, como hombres vigorosos, fuertes, potencialmente listos y activos para las actividades físicas de la guerra, y como hombres éticos que conservaban el ideal de armonía y perfección en sus cuerpos. La cultura del cuerpo implicaba entre otras cosas una exaltación de la sensualidad y la sexualidad; despojados de las concepciones modernas del cuerpo cristiano, pecaminoso y pudoroso, los órganos sexuales eran considerados símbolos importantes de la reproducción, la vida y la fertilidad. No existía la vergüenza del cuerpo, sino al contrario se contemplación y veneración. La mitología griega es quizás la mejor muestra de este pensamiento en tanto los dioses se regocijaban en el placer de la sexualidad y la sensualidad, y los deseos (Licht, 1976, 186).
Acorde a estas concepciones el cuidado corporal estaba fuertemente relacionado con el erotismo y el amor; de esta forma, su concepto se entendía no solo más allá, sino en unión con su noción ética postulada desde los tratados filosóficos de su racionalidad (ej. los escritos platónicos sobre el amor). Los perfumes, cremas, el maquillaje y los ideales de belleza (el cabello de las mujeres tinturado de rubio), y la limpieza corporal antes de la cena, eran preparaciones del cuerpo para el encuentro erótico, para atraer al otro. En este punto es interesante observar las afirmaciones de Sócrates, que postulan lo que muchos investigadores han estudiado sobre los comportamientos de “homosexualidad” (esto entendiendo que es un término moderno) y de amor entre los hombres en la antigua Grecia: “Me encontré a Sócrates, con sandalias en los pies y bien lavado, cosas poco frecuentas. Le pregunte a dónde iba para haberse arreglado tanto: ‘ a cenar a casa de Agatón, me respondió…; acepté ser hoy su huésped; de ahí que haya cuidado mi aseo: hay que estar guapo cuando se va a ver a un hermoso joven” (Platón, 174 a. En Flaceliere, 1994, 185).
Además de la exaltación de un placer erótico, los cuidados corporales estaban vinculados a la activación de los placeres sensoriales, a través de los sentidos, los olores y las texturas en el cuerpo; de allí que fuera común los masajes con aceites, los jabones con arena, carbonato de sosa impuro, arcilla especial, cremas, perfumes (Flaceliere, 1994, 185). Hay que rescatar, que como bien se mencionaba antes, no existía el pudor ni el concepto del pecado en el cuerpo, puesto que fueron nociones posteriores arraigadas con las creencias cristianas. De esta forma, la desnudez del cuerpo era vista con naturalidad, en especial en los espacios de cuidado corporal: los gimnasios, los torneos y los baños públicos, y su reafirmación constante en el arte. Se enseñaba a los niños a observar de esta manera el cuerpo, paulatinamente, por lo que las restricciones de la desnudez del cuerpo tenían implicaciones éticas en algunos casos pero por cuestiones distintas a las hoy conocidas.
La vestimenta era fundamental para marcar que partes del cuerpo podían o no ser vistas, y la forma como podían ser observadas (Licht, 1976, 73). Un estudio más detallado podría arrojar luces sobre los simbolismos y la importancia dada a cada una de las partes del cuerpo, no solo por las que eran ocultadas o mostradas en la vestimenta, sino por aquellas que se ejercitaban más, o en algunos casos aquellas que se limpiaban con mayor detenimiento como los pies y las manos. La contemplación del cuerpo podía realizarse a su vez con actividades como concursos de belleza, en donde por lo general, los ganadores podían desempeñar funciones al servicio de los dioses. Por ejemplo, aquellos participantes, corredores de antorchas en los festivales de Panateneas eran escogidos no solo por sus destrezas físicas, sino a su vez por la belleza de sus cuerpos (Licht, 1976, 78).
Finalmente, no se puede olvidar que a partir del cuidado corporal de la Grecia Antigua se desarrolló una gran vida material, peines, cremas, jabones de arena, arcillas y piedras calizas, los materiales de los baños, como el barro cocido, la madera, los perfumes, etc. Este sería un buen objeto de estudio para investigaciones de la historia clásica antigua; ya que al igual que en Egipto las tumbas movilizaron e incentivaron diversos sectores económicos y culturales de la sociedad, en Grecia el cuidado corporal desarrolló un función similar.